Greg Benavidez: 1959-2021 (Spanish)

Conviví con Gregorio desde cuando éramos estudiantes en el Instituto Braille de Santa Bárbara hace 25 años. El Instituto era como un segundo hogar para nosotros. Greg llegó a tener una larga carrera en el Instituto como instructor de computación. Yo aprendí a leer y escribir en Braille y últimamente lo enseñé como voluntario por 10 años.

Cuando perdemos la vista, tan solo servirse un vaso de agua representa un gran reto en nuestra vida. No podemos imaginar si vamos a volver a cruzar la calle solos, mucho menos usar un iPhone o buscar algo en el internet.

Pero Greg estaba decidido a tener una vida independiente. Asistía a los talleres de computación y tenía una memoria fotográfica fuera de serie. Con esta gran cualidad que poseía, aún sin vista desarmaba y armaba las computadoras con tanta naturalidad como lo hace una persona con vista normal.

Greg empezó como recepcionista en el Instituto y rápidamente fue contratado como instructor en tecnología de acceso para personas con poca o nada de visión. Trabajó en ese puesto durante casi dos décadas, hasta su muerte el 24 de enero de este año.

Extraño a Greg demasiado, mucho, mucho. El y yo casi teníamos la misma edad. Yo era uno de sus alumnos, y él fue el mejor maestro que he tenido en toda mi vida. Greg fue para mí como un padre porque me enseño a vivir en esta vida de oscuridad. Me decía que podíamos valernos por nosotros mismos, para darle un poco más de sentido a nuestra vida. El me hizo sentir importante y me mostró que aún soy útil y puedo ayudar al prójimo como él lo hizo siempre, en todo momento.

Greg pasó gran parte de su vida en Santa Bárbara. Cuando era joven, trabajó como encargado de mantenimiento en el negocio de su papá y luego se hizo mecánico de camiones diesel. Greg comenzó a perder la vista después de los 20 años, y pasaron varios años antes de que dejara por un lado su orgullo y se inscribiera en una clase del Instituto sobre las habilidades para una vida independiente. Y una vez que lo hiciera, su brillante carrera como maestro despegó. Greg solamente terminó la preparatoria, pero fue una verdadera eminencia en computadoras, y siempre daba un apoyo incondicional a los estudiantes que ponían en práctica lo que les transmitía.

Nadie como Greg dominaba el bastón; de él, aprendí cómo distinguir si lo que produce un ruido es algo grande o pequeño, y de dónde proviene. Greg nos enseñó a explotar al máximo nuestro oído y no cruzar la calle cuando había demasiado ruido. Fue un genio en JAWS, un programa especial que nos lee lo que aparece en la pantalla de nuestras computadoras; y dominaba totalmente el manejo del “voice-over” que nos dice lo que hay en la pantalla del iPhone.

Greg no hablaba español y yo no hablaba mucho inglés, pero nos entendíamos muy bien. Una de las primeras cosas que nosotros los latinos aprendimos sobre Greg era que cuando nos decía que practicáramos, nos iba a preguntar a cada uno en la próxima clase, “Entendió? Practicó? Sí o no?” El no quería escuchar excusas. Tiene mucha filosofía, eso de “sí o no.” Nuestra cultura no iba con eso, pero nos íbamos adaptando; y Greg siempre tenía una broma para levantar los espíritus en cualquier momento.

Era muy especial, Greg. Es muy difícil perderlo ahora porque la comunidad acogedora del Instituto que alguna vez nos diera la mano ya no existe. Es como si estuviera muriéndose. Mucho antes de la pandemia, bajo la dirección de la sede regional en Los Angeles, hubo un éxodo de maestros y administradores de la sucursal en Santa Bárbara – todos ellos veteranos, todos muy queridos – personas que fueron despedidas, cesadas o forzadas a salir, o que renunciaron a modo de protesta.

Empezando alrededor de 2017, muchos de los programas locales fueron reducidos o eliminados, incluyendo excursiones en la comunidad, clases de inglés como segundo idioma, actividades al aire libre para la juventud, asesoría sobre la salud mental, y hasta la instrucción sobre cómo usar el bastón y tomar el transporte público. La administración nos quitó el café y el té en el comedor, diciendo que la prioridad era nuestra seguridad; y hasta limitó el uso de los cubiertos desechables. Los latinos pensamos que no era lógico que no aprendiéramos usar una cafetera, y tratamos de donar una, pero no lo aceptaron. Después, alguien más donó una cafetera y accedieron, pero tuvimos que pagar 50 centavos por una taza.

El cambio más drástico fue que descontinuaron la transportación para recogernos de nuestros domicilios, un servicio en el cual dependían muchos de los estudiantes más avanzados de edad y descapacitados. Despúes de eso, habían días en que solo 10 estudiantes llegaban al Instituto.

Greg estaba disgustado por el deterioro de los servicios y el impacto que esto tenía en nosotros, pero sabía que podia perder su trabajo si decía algo. Siguió dando clases a tiempo completo; yo tomaba tres clases con él en Zoom durante la pandemia para mantenerme al tanto de los últimos dispositivos de alta tecnología para las personas invidentes.

Un día reciente, yo necesitaba la ayuda de Greg – otra vez – en mi iPhone. Greg habría encontrado la solución en menos de un minuto; yo pasé dos horas, pero al final, lo logré. Ahora no está Greg para decirme, “Haz esto, haz aquello.” Ahora, me toca a mí ayudar a los demás. Esta es una cadenita donde debemos transmitir nuestros conocimientos del uno al otro, así como nos enseñó nuestro gran maestro y amigo Greg Benavidez.

Le sobreviven sus dos hijos, Steven Benavidez y Greg Benavidez Jr. de Santa Bárbara; y una hija, Cierra Benavidez de Santa María.

Braille Institute | Photo Credit: Melinda Burns

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